autor: Sole González
El problema no es la moneda, sino toda la infraestructura institucional y legislativa que tiene detrás. Estar fuera del euro no tiene por qué significar necesariamente estar fuera de Europa: Reino Unido, Dinamarca y Suecia son países de la unión, que por voluntad de sus ciudadanos no han entrado en la moneda única. La UE arrastra desde siempre un problema de legitimidad democrática. Los poderes del parlamento europeo no tienen nada que ver con el de los gobiernos nacionales y estos se han convertido de facto en meras administraciones locales con el encargo de gestionar las medidas que vienen impuestas desde organismos no democráticos y no electos, como el FMI y el BCE. Con el objetivo de contrarrestar esta falta de legitimidad democrática, las instituciones de la UE se presentan como benignas, eficientes y apolíticas. Pero, su pretendido apoliticismo resulta poco creíble a medida que aumenta el poder de las instituciones europeas no electas y su presunta eficiencia ha quedado en evidencia por la crisis financiera. No hay la menor duda de que los lobbies empresariales tienen un acceso privilegiado a las instituciones de la UE.
El tratado de Maastrich, aprobado en 1992 y que definió el marco en el que se desarrollaría la moneda única, se caracterizó por el establecimiento de límites de déficit estrictos, por la imposición a los países de buscar financiación exclusivamente a través de la banca privada y fondos de inversión especulativos, y la aparición de un Banco Central Europeo que se niega a financiar a bajo interés la deuda de los países miembros. Attali, asesor de Miterrand en la redacción del tratado de Maastrich, reconoció a la prensa que “todos aquellos que como yo, tenían el privilegio de participar en la redacción de la primera versión del TM hicimos todo lo posible para asegurarnos de que la salida del euro era imposible” y que “Un artículo en el que se permitía la salida de un estado miembro, lo olvidamos a propósito”.
MEDE (mecanismo europeo de estabilidad) supone la aparición de una instancia supragubernamental. Esta instancia, podrá realizar sus propias operaciones especulativas en los mercados, pero el respaldo del dinero público de los países de la zona euro.¿Quien va a controlar este organismo? Los directores del MEE a si mismos. Cuando este en marcha, los parlamentos nacionales no tendrán ni voz ni voto ni podrá de facto realizar sus propios presupuestos. No hace mucho Dragui instaba a los gobiernos nacionales a entender de una vez que habían perdido la soberanía sobre sus cuentas. El MEDE estará controlado por los directores que tendrán acceso a la hacienda publica de los estados miembros. El órgano ejecutivo estará compuesto por enviados de los ministerios de finanzas de los distintos países. No tienen por qué ser cargos electos: tan solo se pide que tengan experiencia en finanzas públicas o privadas (por ejemplo, podría ser Botín quien fuera nombrado por el gobierno Español) no tendrán ninguna responsabilidad frente a los ciudadanos. El texto es muy minucioso en cuanto a la inmunidad de sus miembros: “los bienes, los recursos financieros y los activos del MEDE estarán exentos de restricciones, regulaciones, medidas de control y moratorias de cualquier naturaleza. El Mede quedará exento de cualquier exigencia de autorización o licencia aplicable a las entidades de crédito, a los prestadores de servicios de inversión o a otras entidades autorizadas”. Sus miembros tienen inmunidad de por vida, incluso en casos de desfalco o estafa.
Se trata por tanto, desde Maastrich al MEDE, de un rapto planificado de las soberanías nacionales de los países europeos. Llevado a cabo sigilosamente y de espaldas a la ciudadanía, como reconocieron Giuliano Amatto (“Prefiero ir despacio y romper la soberanía poco a poco” La Stampa 12-7- 2000) o Jean Claud Junker, Presidente del eurogrupo, que agrupa a los ministros de Economía y Finanzas de la UE (“Decidimos algo y a continuación dejamos que circule un tiempo para ver lo que sucede. Si no hay mucho escandalo, ni protestas, porque la mayoría de la gente no entiende lo que se ha decidido, entones continuamos, paso a paso, hasta que no hay vuelta atrás” declaraciones a Der Spiegel en 1999, y otra perla: si la cosa se pone seria, hay que mentir, dicho en una conferencia sobre la crisis del euro en 2011) Una trampa de la que no están dispuestos a dejarnos salir…. Al menos mientras no actuemos al unísono todos los países más perjudicados.
La postura absolutamente inflexible al respecto a las ineficaces e injustas medidas que se imponen al gobierno de los países periféricos que precisan financiación, sería suficiente para justificar, en principio, que sus gobiernos nacionales exigieran un cambio en las reglas del juego a nivel europeo. En caso de que esto no se produzca y con el fin de no perder (más) legitimidad respecto a la ciudadanía, los gobiernos de estos países deberían unirse para salir de euro. No nos engañemos: la salida de cualquier país del euro perjudica a los lobbies financieros, sino hace tiempo que habrían dejado que Grecia desapareciera incluso del mapa. Si siguen reuniéndose e incluso haciendo “quitas” de la deuda, es porque les interesa, y mucho, el mantenimiento de la unión. De ahí que en Maastrich se tomaran tantas molestias para hacer casi imposible la salida de un país…. De uno si pero ¿y si 4 ó 5 países se unen para decidir una salida conjunta? Eso reduciría el efecto del castigo europeo (seguro en forma de bloqueos comerciales, políticos, aranceles….) a un país que decidiera salirse en solitario.
La salida del euro implicaría imponer desde ya férreos controles a los movimientos de capital, para evitar que la especulación continúe. Estos controles eran la norma en todos los países hasta los años 80 en que se impuso el pensamiento neoliberal de apertura de fronteras a los capitales.
Con la salida del euro, los llamados países periféricos recuperarían instrumentos de política económica que tradicionalmente tenían nuestros estados, y de los que siguen disponiendo países como EEUU, Reino Unido, Suecia, Dinamarca… Recuperaríamos la política financiera y monetaria como arma para conseguir objetivos para nuestros países, como el impulso de la actividad económica. No es un suicidio pensar en la salida del euro. Al menos, no más grave que pensar en seguir bajo el yugo de las políticas impuestas desde el FMI, BCE y Comisión europea. Y la UE solo va a plantearse cambios radicales si varios países se plantan simultáneamente.
Hace poco Martin Wolf parafraseó a Tácito en The Financial Times para describir la situación europea: “Ellos crean un desierto y lo llaman estabilidad”. Tal vez ha llegado la hora de hacer lo posible por dar por finalizada la travesía del desierto. Los PIIGS y quien sabe si dentro de poco Francia, que ya empieza a sufrir el acoso de “los mercados”, todos a una, como Fuenteovejuna.