De mi cosecha/Movimientos indignados/Poder constituyente.

Uccellacci e uccellini: el mito de la ciudadanía

Capítulo primero: gentuza.

 

Llevamos tiempo regodeándonos en el mito de la ciudadanía que despertará supuestamente cuando deje de ver televisión. El mito de “somos el 99%”. El mito del pueblo que reclama el ejercicio de su soberanía.

Hay días, semanas, que cuando leo esas grandes frases alabando al luchador y sacrificado “pueblo español” me pregunto si de verdad esa sangre de la que hablan es la que circula mayoritariamente a mí alrededor. El pueblo español que emplea viñeta uy esogran parte de su tiempo y esfuerzo por criticar a no-se-que futbolista que traiciona sus colores firmando un contrato “muchimillonario” con otro equipo, cuando ellos por la centésima parte de esa cantidad venderían a su madre. El pueblo español que, no me cansaré de decirlo nunca, dejó morir a Franco dictador y en su cama, cosa que no han lograron ni Videla, ni Pinochet, ni Trujillo, ni Somoza, ni Gadafi, ni siquiera Hitler, o Idi Amin, que se comía a la gente. Quien quiera hacer ver que el pueblo español ha sido históricamente luchador y comprometido, ignora la realidad. Nuestro pasado en general, nos habla de un pueblo temeroso de los poderosos, servil y resignado. Dispuesto a denunciar a los vecinos, sean estos moriscos, judíos conversos, guardiaciviles en el País Vasco o “rojos”, con el fin de simpatizar con quien ostenta el poder y afianzar la propia posición social. Un pueblo miedoso, que en las escasas ocasiones en que ha hecho oír su voz ha sido siempre por parte de un puñado pequeño de personas, a quienes sus con-ciudadanos, no han dudado en vilipendiar, vapulear y denunciar incluso con falsedades (quien quiera comprobarlo puede acceder personalmente a los juicios realizados desde la revolución del 34 hasta el fin del franquismo y ver quiénes eran los denunciantes: yo lo he hecho con los de mí familia) a pesar de saber que supondría una condena a muerte para personas sin delito de sangre alguno.

Podemos desgañitarnos gritando en la calle que no queremos que los políticos hagan leyes que recortan los derechos sanitarios. Pero olvidamos que quienes llevan a efecto los recortes no forman parte de ninguna élite, sino de eso que llamamos “ciudadanía”. En el caso del ciudadano senegalés muerto por una tuberculosis que no se llegó a diagnosticar, quienes le negaron su entrada al sistema, quienes se negaron a hacerle una radiografía si no la pagaba previamente demostrando ser más papistas que el papa, no eran consejeros de sanidad, ni siquiera gerentes de hospital. Eran administrativos, enfermeras, auxiliares y médicos. Como en este caso el cadáver ha quedado a la vista, huele y hay una denuncia de por medio, esta gentuza, va a recibir un expediente disciplinario. Por lo que a mí respecta, son cómplices de asesinato, en el mejor de los casos culpables de homicidio por omisión de socorro o de una negligencia con resultado de muerte. Lo es quien está dispuesto a obedecer una orden, escrita o no, que en este caso, además de ilegítima era ilegal, en vez de denunciar lo que está sucediendo, cuando sabe que el resultado puede ser la muerte de una persona. “Es que yo no sabía que se iba a morir”: claro, pero sabías que esa persona estaba enferma, y miraste para otro lado en vez de poner todo de tu parte para evitarlo.

Podemos convocar a una manifestación a decenas, incluso centenares de miles de vecinos, demandando a los políticos que dejen de retirar fondos de los servicios sociales o de la ley de la dependencia. Pero quienes están evaluando a las personas dependientes por debajo de su grado real de necesidad y por tanto limitan con su informe la posibilidad de que estas accedan a las cantidades que realmente podrían serles de alguna ayuda, son una vez más, parte integrante de la ciudadanía. Quienes permiten que un enfermo que reclama el derecho a cobrar lo que legítimamente le corresponde se vea vapuleado de una a otra administración con versiones actualizadas del “venga usted mañana” o “le falta la póliza de 25 pts” son administrativos, o asistentes sociales… ciudadanos una vez más. También lo son aquellos que por errores en la gestión de documentos, por desidia o porque han decidido satisfacer a sus jefes más allá del estricto cumplimiento del deber, como los buenos pelotas de antaño, consienten en que los papeles que ayudarían a que alguien cobre algún tipo de ayuda queden en un limbo impenetrable salvo por la vía de la demanda contencioso administrativa (y por tanto imposible de resolver a años vista). Y no estoy hablando de casos hipotéticos, estoy hablando del caso que Bea F cuenta en primera persona, estoy hablando de una anciana llamada Ángeles, amenazada de desahucio, que no cobra pensión de viudedad porque en su momento se inscribió en un registro de parejas de hecho que luego se transformó en otro tipo de registro y sus papeles están en ese limbo del que hablo. Bajo mi punto de  vista también son cómplices de asesinato: una persona dependiente y enferma que no puede recibir los cuidados que precisa va a morir a consecuencia de ello. Y además tendrá una vida peor mientras eso sucede.

No olvido que todos los casos de corrupción a gran escala y también de pequeñas corruptelas pasan por las manos de funcionarios: ciudadanos una vez más que, temerosos de represalias, no lo denuncian. Y eso cuando no se llevan ellos mismos los lápices de la oficina para su casa. Recuerdo que en el Hospital Central de Asturias, la sacarina tenía que ser guardada en el armario de estupefacientes para que no se la llevara el personal a su casa.

Por no hablar de los niños que ya hoy padecen desnutrición y hambre en nuestros vecindarios, a la vista de todo el mundo, por negligencia de los asistentes sociales (en un ayuntamiento como el de Lugo, de la miserable cantidad de 180.000  euros destinados a ayuda de emergencia social, sobró dinero el año pasado) pero también por desinterés de los vecinos y una vez más, con-ciudadanos de estos niños. Hace 15 días comencé, con una amiga una campaña para recoger alimentos dentro del barrio para una serie de familias que lo necesitan realmente, a través del colegio. Familias con niños que están pasando hambre y además, están mal alimentados. Vale que el banco de alimentos da comida, pero sabemos a ciencia cierta que se basa en alimentos baratos y de fácil conservación como arroz, cereales y pasta. Cometimos el error de pedir a la gente alimentos que están fuera del alcance de estas personas: aceite, conservas de pescado, fruta, frutos secos, leche. El resultado ha sido que de las más de 100 familias que componen la comunidad escolar solo UNA ha traído unas latas de conserva. Otra persona ajena al barrio me ha traído otra bolsa con comida que incluye algunos potitos para niño, algunos de ellos caducados. Y estoy hablando de personas que saben perfectamente que pedimos esos alimentos para niños que son compañeros de sus hijos. Niños a los que ven entrar y salir del colegio a diario: no son personas anónimas ni viven en otro continente. Quienes se abstienen de este modo son el 99% de los ciudadanos que me rodean a diario. No creo que los que rodean al resto sean mucho mejores.

En realidad no es necesario un cambio en el sistema político y económico. Lo que precisamos es más personas que no se conformen con ser gente (o directamente actuar como gentuza) y por tanto estén dispuestos a comprender que cada uno de nosotros forma parte del engranaje social y que solamente siendo solidarios, y entendiendo que no somos alimañas y que en nuestro genoma va impresa la necesidad de formar parte de un grupo que nos acoja y proteja cuando no podemos hacerlo por nosotros mismos. Somos sociedad porque cuidamos de quienes no pueden hacerlo solos.

No creo que debamos engañarnos sobre el 99% o sobre lo que quiere la mayoría. No creo que debamos seguir confundiendo nuestros deseos con la realidad. No creo que debamos persistir en el error de pensar que lo que a nosotros nos parece evidente lo es para todo el mundo.

Dejemos ya de porfiar en publicitar el mito de la ciudadanía abducida por los medios de comunicación, esperando verse tocada con la luz de nuestra razón para despertar a la conciencia crítica y al compromiso con los demás. No existe ni se la espera.

Autor: Sole González

*Uccellacci e uccellini: es el título de una película de Pier Paolo Passolini, en el que un padre y su hijo, a punto de ser embargados por sus deudas, mantienen un diálogo sobre la vida con un cuervo parlante. Este dice ser un intelectual marxista y sostiene que el mundo se divide en dos zonas, una habitada por pajarracos y otra por pajaritos.

 

2 pensamientos en “Uccellacci e uccellini: el mito de la ciudadanía

  1. El principio me ha recordado (vaya usted a saber por qué) a la novela La Sombra del Águila de Pérez Reverte, donde mientras el ejército francés bajo las órdenes de Napoleón repliega sus líneas en un combate contra los rusos, un batallón de españoles enrolados a la fuerza en el ejército francés se lanza contra ellos. Napoleón admirado del coraje y la valentía de los españoles, desconoce que en realidad lo que intentan es desertar pasándose al ejército rojo.
    La solidaridad viene más del que menos tiene. Y eso pasa en un país «pobre» como en una sociedad con recursos.
    Lo que no tiene perdón es quien puede facilitar la vida al ciudadano, y que lejos de no hacerlo, la complica aún más. Malnacidos por decir algo suave y que no te cierren el chiringuito. En la administración hay muchos y yo conozco algunos.

    • Me gusta mucho esa novela de Reverte y si.. tienes razón, que podría ser al forma en que se forjó la mentira sobre el valiente soldadito ep-pañó.

      Lo que opino sobre quienes en vez de ayudar a los ciudadanos desde la administración se dedican a poner palos en sus ruedas, queda claro en el artículo creo… algunos son responsables de la muerte prematura de personas y deberían saberlo.

      Y sobre quienes si ayudan… eso va en la segunda parte. Si hay personas, si hay quien merece la pena. Desgraciadamente, un porcentaje raquítico y muchas veces se trata de personas totalmente devaluadas por el sistema.

      Gracias por el comentario Alvaro 🙂

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