Autor: Sole González
Tradicionalmente se ha reconocido al dinero la función de ser unidad de cambio (todo, o casi todo, se valora en términos monetarios), así como la de ser depósito de valor. La combinación de estas dos funciones nos conduce a otra de la que no se suele hablar en los tratados de economía: El dinero, o mejor la posibilidad de decidir su uso, es una fuente de poder, y ese poder, que en buena lógica pertenecería a sus propietarios, es decir a los ahorradores, es ejercido por las entidades financieras en función de sus propios intereses, sin dar cuenta a los ahorradores, y sin que estos puedan ejercer ningún tipo de control. Esto supone, en definitiva, que el sistema financiero no sólo se apropia de una parte significativa de la rentabilidad puramente económica del ahorro, sino que utiliza para sus propios fines en su totalidad el poder que lleva aparejado el manejo de estos recursos.
La salida del actual sistema pasa, necesariamente, por nuevas formas de intercambio económico entre las personas, en pie de justicia, transparencia, e igualdad y alejadas de los vicios y trampas del sistema capitalista. Pasa por recuperar las formas de intercambio que son deliberadamente excluidas por el capitalismo, como la reciprocidad y la solidaridad. La llamada banca ética, los bancos de tiempo, las cooperativas integrales y las monedas sociales (locales o complementarias) son algunas de estas experiencias de economía solidaria. Porcentualmente su cuota de utilización aún es pequeña, y desde luego no están libres de carencias.
El sistema financiero está demasiado arraigado en nuestros usos y costumbres como para que implantar algo tan rompedor respecto a lo que conocemos sea sencillo o rápido. La economía solidaria, es un enfoque de la actividad económica que tiene en cuenta a las personas, el medio ambiente y el desarrollo sostenible y sustentable, como referencia prioritaria, por encima de otros intereses. La economía solidaria en sus formas más diversas es una manera de vivir que afecta a todos los ámbitos de la vida de las personas y determina la subordinación de la economía a su verdadera finalidad: proveer de manera sostenible las bases materiales para el desarrollo personal, social y ambiental del ser humano. En los inicios del software libre (linux por ejemplo) era necesario ser un «iniciado» y tener unos enormes conocimientos para utilizarlo, ser un friki, en definitiva. A medida que se fue extendiendo su uso, las aportaciones a los sistemas realizadas por los usuarios que los utilizaban fueron haciendo crecer el número de aplicaciones y también la sencillez de su utilización. Del mismo modo, cuanta más gente utilice los diversos canales de economía solidaria, más usos diferentes tendrá y más rutinaria se irá haciendo su aplicación en diferentes ámbitos. Las dificultades con las que ahora se encuentra son fruto de la necesidad de la población de cambiar la forma en la que pensamos en los intercambios entre nosotros. Hasta ahora basados en la propiedad, en la obtención de dinero para «ahorrar» y en definitiva, en el aislamiento de las personas.
En los últimos años, no obstante, espoleados por la crisis económica y la marginalidad a la que un porcentaje creciente de la población se ve abocada, crecen el número y la variedad de proyectos de economía solidaria, en todo el país. Las fórmulas son tan dispares como las propias comunidades en las que surgen: hay bancos del tiempo en los que se cambian servicios y conocimientos, redes de trueque de todas clases (virtuales, como la moneda bitcoin, o presenciales, como mercados); monedas locales que crean un espacio económico paralelo al euro, sistemas mixtos de moneda y trueque…las versiones son tantas como sus objetivos y autores. Como ejemplos de la variedad de posibilidades, hablemos de la moneda social y los bancos de tiempo y de los proyectos de economía colaborativa.
1-. MONEDA SOCIAL:
Las monedas sociales han surgido siempre en momentos de crisis del capitalismo, como sucedió en los años ‘20 y ‘30 en Alemania y Estados Unidos. Las redes de intercambio modernas comenzaron en los años 80 en Vancouver, Canadá, con los Local Exchange Trade Systems (LETS). Todos los usuarios comienzan en una cuenta con cero, y se suma o se resta moneda social en función de los intercambios. Más tarde comenzó el modelo de las “Ithaca Hours”, con un billete físico, que se extendió rápidamente por toda América Latina, especialmente en Argentina. En Europa, además de las ecoxarxes catalanas, hemos visto aparecer las Regio en Alemania, y muchas monedas en las llamadas “transition towns” o ciudades de transición. Hay contabilizadas 5.000 experiencias en todo el mundo. Sin duda, la de referencia es el chiemgauer, la moneda creada en 2003 en Chiemgauer (Baviera), una región alemana de 280.000 habitantes formada básicamente por áreas rurales y pequeñas ciudades donde el chiemgauer actualmente tiene una circulación cuatro veces superior al euro. Más monedas locales: el bristol round (funciona desde 2009 en el barrio Brixton de las afueras de Londres) o el sol-violette, la exitosa moneda de la ciudad francesa de Toulouse, que caduca cada tres meses.
Una de las dudas más frecuentes es si no aparecerán con estas monedas los mismos problemas que con las monedas tradicionales. La respuesta es claramente no: la moneda social es muy diferente al dinero que conocemos pues no tiene intereses, se emite localmente, y se crea en cada nueva transacción. No es escasa, no sirve de nada acumular, y no tiene ningún sentido prestarla porque se puede acceder a ella fácilmente. En definitiva: está muy alejada de los mecanismos financieros y de generación de deuda que sostienen el Euro y todo el sistema económico que conocemos, y son fuente de desigualdades. No es posible que una moneda social concebida con estos criterios se establezca como fuente de especulación, como son las monedas tradicionales, al igual que no es posible que la agricultura ecológica se convierta en un oligopolio al estilo de Monsanto o que el software libre haga lo propio, al estilo Microsoft. La forma en la que las monedas se intercambian por servicios hace imposible esta deriva. Las monedas se utilizan para pagar servicios que otros ciudadanos de la red prestan, o productos que ofrecen. Si una persona trata de acumular moneda, lo único que logra es no percibir bienes o servicios a cambio de los que el ha ofrecido, puesto que al carecer de intereses la moneda no incrementa su valor. Tampoco es posible endeudarse, porque es suficiente con ofrecer algún servicio para poner la propia cuenta a cero o en números positivos. Las transacciones se registran en una herramienta virtual de origen sudafricano, el Community Exchange System (CES), que es transparente para todos los participantes en la red. Las monedas sociales crean un nuevo eslabón en la participación ciudadana. Si las asambleas constituyen nuevos mecanismos políticos de democracia directa, las redes de intercambio con moneda social son espacios de democracia directa en lo económico. No son la única respuesta, ni la más importante, pero sin ellas difícilmente podremos lograr cambios sustanciales, al estar trabajando con el euro, una herramienta básica del mundo que queremos cambiar. Tienen como ventaja promover los intercambios de cercanía y por tanto favorecer el crecimiento de redes locales basadas en el apoyo mutuo, la justicia y la cooperación, más que en la competitividad.
Los bancos de tiempo son sistemas de intercambio de servicios por servicios. La medida es el tiempo. Una hora de un servicio por una hora de otro servicio. Permiten que las personas puedan cooperar unas con otras de forma solidaria en base a las habilidades y cualidades que uno tiene. España es el país más próspero en cuanto a bancos de tiempo con cerca de 150 experiencias contabilizadas y Galicia concretamente tiene una legislación que favorece su creación a nivel municipal. Esto es así porque algunos ayuntamientos entienden que es una forma de aliviar la presión social generada por la pobreza.
2-. ECONOMÍA COLABORATIVA:
Han surgido en todo el mundo otro tipo de redes económicas al margen del sistema, que dinamizan la creación de vínculos entre personas que difícilmente se hubieran conocido de otro modo haciendo crecer las redes de solidaridad. Al igual que lo anterior tienen lugar en colectivos que trabajan de forma horizontal, democrática y colaborativa. El surgimiento de medidas para tratar de poner coto o limitar este tipo de consumo, pone de relieve lo peligroso que es para el sistema capitalista. El consumo colaborativo supone la circulación ininterrumpida de bienes a través del préstamo, donación y compartición de los mismos, de forma que se pone el acceso a los recursos por encima de la propiedad, teniendo además un efecto positivo sobre el medio ambiente al reducir los residuos. El crowdfunding o financiación de persona a persona, permite la circulación de dinero entre particulares permitiendo financiar proyectos de emprendedores y proyectos sociales, al margen de una banca tradicional que rehuye la financiación de proyectos cuyo objetivo inmediato no sea la obtención de beneficios económicos. Se multiplican también los proyectos Open Knowledge o de conocimiento libre, facilitan la distribución libre y gratuita de datos, ciencia, creación artística, diseño, y software con fines no lucrativos así como el aprendizaje igualmente libre y gratuito. Dentro de los proyectos de economía colaborativa, se pueden incluir todas las redes sociales, plataformas ciudadanas de participación, cooperativas…
El Foro Social Mundial lleva quince años hablando de que otra economía es posible, ha llegado la hora de dejar de hablar y de empezar a construirla. Estos son solo algunos ejemplos de como dar los primeros pasos.
Son muchos los proyectos y las ayudas que tratan de ayudar a las personas más afectadas por la crisis económica. Con iniciativas como las que vemos cada día sentimos la esperanza y la solidaridad que aflora en estos tiempos. Aunque a veces todo esto no sea suficiente, es el buen camino.