De mi cosecha

No nos mires: muévete.

Y en esta ocasión no me refiero a moverse por las calles, que también. El otro día, en el foro de la asamblea virtual de la coordinadora 25S alguien comentaba que están muy bien las movilizaciones pacíficas, pero que había que dar a la gente que lo está pasando realmente mal, una esperanza de solución a corto plazo. Por supuesto esta persona opinaba que por la vía de lanzar piedras contra los antidisturbios, los logros serían mucho más rápidos y que estas personas obtendrían del gobierno las ayudas que necesitan. Es más, apelaba a que la gente necesita ayuda de las instituciones, porque sino, ¿quien se la iba a prestar?.

En la disyuntiva «lanzar piedras vs manos arriba» me quedo con el valor de los que resisten con las manos en alto. En esta teorica asamblea virtual, todo empieza y termina en este debate, de resultas de lo cual y un poquito harta, les he sugierido a los que aprecian el lanzamiento de objetos como estrategia, que convoquen ellos mismos, en publico, a la luz del dia y en rueda de prensa (o sea, poniendo su cara y su nombre en las identificaciones) su propia concentración explicitamente violenta, en lugar de ampararse en una convocatoria pacífica para desahogarse con la cara tapada.

Al margen de este cansino debate, lo que pedía esta persona de ayuda institucional, refleja que en el fondo no ha permeado en la sociedad aun el verdadero mensaje: no merece la pena un movimiento con este desgaste y calado para no cambiar nada. Si continuamos esperando que «papá estado» arregle todo sin contar con nosotros, lo que obtendremos será mas de lo mismo: una oligarquía a la que le entregaremos el poder de decidir sobre nuestras vidas. Hemos perdido, como sociedad, el sentido de la responsabilidad: tanto individual como frente a la comunidad. Preferimos no pensar, no estudiar, no leer, no dudar, y así, vernos libres de tener que decidir. En el fondo presiento que la mayor parte de los españoles, incluso muchos que ahora se dicen profundamente indignados, lo único que están esperando es que se alivie un poquito la presión via ayudas gubernamentales, y que en un par de años volvamos a lo de antes: el bienestar proporcionado desde las instituciones y a vivir despreocupadamente. La verdadera revolución tiene que venir necesariamente de la mano de un nuevo tipo de ciudadano: aquel que no delega lo que no debe, el que está atento y vigilante, el que no se deja engañar facilmente, el que no busca que otros decidan por el y asume que su vida es en gran medida cosa suya, el que busca alternativas a las soluciones de corto plazo.

No quiero decir con esto que reniegue de que el estado proporcione una infraestructura en  servicios básicos que son fundamentales para la cohesión social: la sanidad y la educación tienen que ser fundamentalmente públicas. Aunque quiero dejar claro, por un tema de coherencia, que tampoco me parece descabellado que en aquellos sitios donde las infraestructuras públicas no llegan, se utilicen las estructuras privadas. Me refiero a colegios concertados y servicios sanitarios concertados en lugares donde la sanidad pública no dispone de la infraestructura necesaria para desarrollar esa especialidad. Pero eso si: siempre vigilando cualquier posible abuso y auditando el resultado del dinero que se paga por estos servicios. Es, evidentemente más caro (incluso imposible) construir colegios publicos suficientes para garantizar una cobertura universal, asi como es a veces muy costoso montar determinado tipo de servicio sanitario, o incluso inviable o poco útil para una población pequeña.

Por contra, de lo que quiero hablar es de la necesidad de, al margen de lo que podamos exigir que venga del estado, asumir nuestra propia responsabilidad como ciudadanos, para, a partir de ahí, llevar a cabo una tarea de auditoría continua del poder legislativo y ejecutivo, y exigir las responsabilidades oportunas. Pero para eso es necesario, y no me cansaré de repetirlo, informarse, formarse, y haber hecho previamente los deberes en casa. Hacemos política todos los días, con cada gesto, queramos o no. Así que ya va siendo hora de que tomemos cada uno por separado y juntos como comunidad, conciencia de esto para actuar conscientemente.

Y en esta tarea de asumir la ciudadanía de forma responsable está incluída la obligación de mirar a nuestro alrededor y preguntarnos que podemos hacer, como individuos, para mejorar el entorno más inmediato. Sin este cambio verdadero, sin esta revolución desde abajo, no habrá grandes diferencias entre una constitución y otra. Entre una situación económica global y otra. Si tomamos conciencia de que somos actores con mucha capacidad de cambiar las cosas a nuestro alrededor y unidos, mucho más lejos aún, además de sentirnos poderosos como individuos, seremos como sociedad muchísimo menos vulnerables a los vaivenes coyunturales (tanto políticos, como económicos, como ecológicos).

Y como botón de muestra valga este breve artículo que recoje experiencias de ayuda entre vecinos del mismo barrio, gestionadas desde asociaciones vecinales (que no deberían servir solo para recaudar fondos para las fiestas) y AMPAS (que podrían no limitarse a organizar extraescolares) o las parroquias, que si disponen de un cura razonable y buena persona, son quienes más suelen saber sobre las dificultades del entorno. Aprovechar estructuras ya creadas, que además en muchas ocasiones disponen de locales propios. Y como apoyo a la toma de postura hacia una vida simplificada, que nos permita huir de la vorágine en la que estamos sumergidos y tambien a los espacios de autogestión, este video de Carlos Taibo.

Muevete: se necesitan personas que sean capaces de organizar a la gente de su entorno para ayudarse entre ellos. El cambio político y administrativo es necesariamente un proceso lento, nadie pretende dar un golpe de estado. El cambio social puede ser inmediato: solo prueba a ayudar a alguien que tengas cerca, a intercambiar en vez de comprar, a pasar tiempo con la gente y buscar juntos nuevas formas de hacer frente a los problemas de cada día.

Y al respecto, comparto con vosotros una historia que leí en un libro de Jorge Bucay:

Un señor muy creyente sentía que estaba cerca de recibir una luz que le iluminara el camino que debía seguir. Todas las noches, al acostarse, le pedía a Dios que le enviara una señal sobre cómo tenía que vivir el resto de su vida.

Así anduvo por la vida, durante dos o tres semanas en un estado semi-místico buscando recibir una señal divina. Hasta que un día, paseando
por un bosque, vio a un cervatillo caído, tumbado, herido, que tenía una pierna medio rota. Se quedó mirándolo y de repente vio aparecer a un puma. La situación lo dejó congelado; estaba a punto de ver cómo el puma, aprovechándose de las circunstancias, se comía al cervatillo de un sólo bocado.

Entonces se quedó mirando en silencio, temeroso también de que el puma, no satisfecho con el cervatillo, lo atacara a él. Sorpresivamente, vio al puma acercarse al cervatillo. Entonces ocurrió algo inesperado: en lugar de comérselo, el puma comenzó a lamerle las heridas.

Después se fue y volvió con unas pocas ramas humedecidas y se las acercó al cervatillo con la pata para que éste pudiera beber el agua; y después se fue y trajo un poco de hierba húmeda y se la acercó para que el cervatillo pudiera comer.

Increíble.

Al día siguiente, cuando el hombre volvió al lugar, vio que el cervatillo aún estaba allí, y que el puma otra vez llegaba para alimentarlo, lamerle las heridas y darle de beber. El hombre se dijo:

– Esta es la señal que yo estaba buscando, es muy clara. «Dios se ocupa de proveerte de lo que necesites, lo único que no hay que hacer es ser ansioso y desesperado corriendo detrás de las cosas».

Así que agarró su atadito, se puso en la puerta de su casa y se quedó ahí esperando que alguien le trajera de comer y de beber. Pasaron dos
horas, tres, seis, un día, dos días, tres días… pero nadie le daba nada.

Los que pasaban lo miraban y él ponía cara de pobrecito imitando al cervatillo herido, pero no le daban nada. Hasta que un día pasó un señor muy sabio que había en el pueblo y el pobre hombre, que estaba muy angustiado, le dijo:

– Dios me engañó, me mandó una señal equivocada para hacerme creer que las cosas eran de una manera y eran de otra. ¿Por qué me hizo esto? Yo soy un hombre creyente…

Y le contó lo que había visto en el bosque. El sabio lo escuchó y luego dijo:

– Quiero que sepas algo. Yo también soy un hombre muy creyente. Dios no manda señales en vano. Dios te mandó esa señal para que aprendieras.

El hombre le preguntó:

– ¿Por qué me abandonó?

Entonces el sabio le respondió:

¿Qué haces tú, que eres un puma fuerte y listo para luchar, comparándote con el cervatillo? Tu lugar es buscar algún cervatillo a quien ayudar, encontrar a alguien que no pueda valerse por sus propios medios.

AUTOR: Sole González.

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