Inspiraciones

Somos mayoría

frente civicoAutor: Antonio Giménez

Somos mayoría los oprimidos, los que estamos en situación de exclusión, los desempleados, los que no tenemos. Somos mayoría todos aquellos que no formamos parte del grupo de privilegiados que maneja a su antojo las riendas de la economía y la política. Somos la misma mayoría a quien don Julio Anguita se dirigió solicitando que nos uniéramos en el Frente Cívico Somos Mayoría, del que es referente.

Somos la mayoría del pueblo español, esa misma mayoría con un índice pavoroso de fracaso escolar, la misma que carece de comprensión lectora, la que vive hechizada por la magia del fútbol y los espantosos programas de tertulianos, la que no ha abierto un libro en su vida. Somos una mayoría de analfabetos funcionales orgullosos de serlo. Somos aquellos a quienes se ha convocado para formar asambleas en nuestras localidades aunque muchos no sepamos a ciencia cierta qué es una asamblea. Se nos ha pedido que escojamos a un coordinador —que no sabemos lo que es, pero que intuimos que será el encargado— al que se elegirá de modo tácito porque inicialmente los grupos serán tan pequeños que hasta la votación a mano alzada se antojará desmedida. Somos mayoría los que aceptaremos al primero que se presente como coordinador porque no entendemos muy bien de qué va todo esto, y porque nos da vergüenza confesar nuestra ignorancia y aún más pereza luchar contra ella. Somos la mayoría que asentirá lo que diga la mayoría, y volveremos a elegir una y otra vez al mismo porque todos son lo mismo, y despreciaremos a quien nos diga algo que nos incomode. Si nos preguntan cómo impugnar una candidatura, responderemos que no lo sabemos, y esto no nos causará conflicto ni generará otras preguntas, y si nos preguntan cada cuánto tiempo celebramos elecciones o cómo nos las apañamos, lo mismo. Pregunten lo que pregunten. Pensar respuestas es un hábito incómodo, porque siempre genera más preguntas. Las preguntas son problemas y no queremos problemas.

Se pretende que formemos parte de una organización cuyo funcionamiento desconocemos, donde nadie nos mostrará el camino de organizarnos, ni recibiremos orientación en los comienzos ni enseñanza alguna, pero ya estamos acostumbrados, y además no nos importa. No sabemos qué es la democracia participativa, ni lo que implica. Sabemos vagamente lo que significa «democracia» y «participativa». Lo de democracia líquida no sabemos qué diantres puede ser, ni cómo puede ser líquido algo así. A algunos nos da risa. A lo mejor lo vemos un día en el muro de alguien y nos enteramos de qué va la cosa esa líquida. Lo de «Un hombre, un voto» está mucho más claro. Significa que nadie puede votar dos veces, pero desconocemos las implicaciones esas de antes.

También se nos pide que debatamos algo así como los diez mandamientos, pero no entendemos muy bien lo que son. Lo del salario mínimo de mil euros suena bien, eso sí que lo entendemos. No sabemos para qué puede servir debatir algo que parece que ya han discutido los jefes, ni por qué no podemos discutir eso todos juntos en un sitio de internet en lugar de tener que reinventar la rueda cada uno por su cuenta. Pero eso también nos da igual, ya tenemos Facebook, y cuando algo nos gusta lo ponemos en el muro. Y si así lo han decidido los jefes, que son más listos que nosotros, por algo será. Porque los jefes siempre son los jefes, y nos piden que uno de nosotros sea el encargado para que nos represente, así le podrán echar la bronca. Algo así como en la vida real, que ya están los diputados y los alcaldes para que hablen por nosotros. Mejor, que esto de las asambleas es un rollo, no vamos a estar toda la vida discutiendo. Nos apuntaremos y que vayan otros, que alguno irá, y que voten los que vayan.

Somos mayoría, no importa nada de lo que digamos porque nada tenemos que decir, y no corremos peligro de aprender porque nadie vendrá a enseñarnos. Quizás les saliera el tiro por la culata, y eso no mola nada. Lo que importa es nuestro voto. Si es que votamos, claro.

Somos mayoría.

 

Carta al viento 

España, comienzos del siglo XXI. Un grupo de ciudadanos, ante el desastre económico desatado por la banca a nivel mundial y que se ceba principalmente en los países del sur de Europa, y escandalizados por la corrupción endémica que impregna la sociedad española, decide que es el momento de pasar a la acción y convoca a la ciudadanía en un intento de agrupar a un segmento notable de esta en la defensa de un decálogo que encauce definitivamente al país en la senda del progreso social y económico. Se dirige entonces a los ciudadanos para que creen asambleas en su localidad y debatan el mencionado decálogo. La participación ciudadana, a través de las asambleas locales, se presenta como piedra angular del proyecto de regeneración social y democrática.

Y aquí hacemos una pausa, y me van a permitir que enumere los puntos esenciales ―a mi juicio― para llevar a cabo tan ambiciosa misión.

1. – Se crea un sistema informático que permita la votación de propuestas a todos los niveles y con un sistema de foros que permita el debate y colaboración entre asambleas, así como la recepción de sugerencias y difusión de comunicados de interés.

2. – Se convoca a la ciudadanía para que constituyan las asambleas y se les proporciona el entorno ya mencionado más una serie de especificaciones para llevar a cabo los procesos electorales de modo democrático y transparente, y que contemple el voto presencial y el electrónico.

Es todo. No hay más puntos. Con las herramientas mencionadas es suficiente para echar a andar, e incluso correr. Y volar.

En lugar de eso, se nos devuelve al siglo anterior, y no a finales, sino mucho más atrás. Los ciudadanos que inspiraron la idea que pretende sacar a esta España secularmente vilipendiada del negro pozo en que se encuentra sumida, haciendo gala de un desconocimiento del medio supino y de una cortedad de miras indistinguible de la ceguera, se permiten ignorar la herramienta más importante de todas, una herramienta de difusión y comunicación tan poderosa que deja a la imprenta en mera anécdota. Las consecuencias de su decisión son gravísimas, y todavía no hemos dado el primer paso. Vean si no.

En primer lugar, dejan la inscripción en manos de CP, y posteriormente lo delegan en las asambleas según se van constituyendo. A partir de entonces, las comunicaciones se transmiten a las asambleas mediante los coordinadores elegidos por estas. Aquí es donde el modelo asambleario comienza a hacer aguas y el pretendido modelo de gestión transversal pasa mágicamente a ser jerárquico. La carencia de un canal de comunicación visible y transparente mediante el que se pueda establecer un diálogo refuerza el hecho. A modo de ejemplo, no puedo dirigir mi carta más que a CP, no tengo oportunidad de que mi opinión sea vista y debatida por el resto de ciudadanos en único anuncio. Pero más grave aún es que gracias a carecer de lo que la adopción de las dos únicas medidas expuestas hubiera aportado, se producen sucesos como los acaecidos en la reciente reunión de Córdoba, más el lío de las asambleas de Jaén, más el muy vergonzoso y convenientemente silenciado episodio de Cataluña con su usurpación de delegados, más el posterior cruce de misivas con las versiones de los asistentes. Además, en correo recibido en los últimos días ―únicamente a coordinadores, no como comunicado público― se hace referencia a una propuesta del señor Anguita en términos que, merced a la carencia de un canal de debate y comunicación, se convierte en un trágala, se mire por donde se mire, y se dan dos semanas de plazo que con los medios adecuados es suficiente y con los actuales es nada. No se hace en otros términos porque como no hay medios, esto no resulta posible. Ahora están los de arriba ―Anguita, sus ilustres y ustedes― y nosotros, los ciudadanos, los de abajo. No estamos en el mismo plano.

Señor Anguita, señores de confianza escogidos por el señor Anguita, señores de CP: no eludan responsabilidades, no esgriman como triste argumento que son errores debidos al poco recorrido. Háganse a un lado, dejen que fluyan las ideas nuevas. Necesitamos su consejo, pero no para seguir sus pasos ni para cometer sus errores, sino para construir nuestro propio camino, a nuestro modo. Señores, las propuestas hay que mostrarlas públicamente a todos los asamblearios, no filtradas por sus representantes. Las proposiciones importantes, como las que se están tomando y que servirán para modelar el funcionamiento, han de ser debatidas y mejoradas entre todos, y contestadas, aprobadas o rechazadas pública y democráticamente en único canal. Este es requisito indispensable porque ya es posible. No lo era en sus tiempos de sótano y vietnamita, pero ahora ya es posible. Si se quiere, claro. El único paso que han dado ustedes es el anuncio de la creación de ¡una página web! ¡El asombro del progreso! No se anuncia un proyecto ambicioso, no, se anuncia una página web, sin más. Ni una palabra más, ni mención de foros, ni de sistema de comunicación, ni de votación, ni de escrutinio, ni de organización. De nada verdaderamente útil, sino meramente testimonial y obligados por el signo de los tiempos. Caballeros, en su entorno les parecerá normal, actual y hasta loable, pero les aseguro que para cualquiera que sepa dónde nos encontramos y en qué mundo vivimos y las posibilidades que ofrece, el anuncio produce vergüenza ajena.

Señores, bájense de la silla y háganse a un lado, pero quédense. ¡Abran sus ventanas, dejen que entre el aire fresco de estos tiempos nuevos! Recojan propuestas, colaboren, sugieran, devuélvanlas mejoradas, tramítenlas, pero no nos digan cómo tenemos que jugar, no nos digan que ustedes saben de qué va esto, no nos traten como a idiotas. Entre nosotros hay gente muy bien formada, gente que estará encantada de colaborar si ve que tiene oportunidad de sentirse útil, pero gente que no está dispuesta a trabajar si ve que su trabajo se ignora o se somete a la valoración de un lerdo. Colaboren y cállense: escúchennos. Tenemos mucho que ofrecer.

Yo, señores, me apunté al Frente en el convencimiento de que había que hacer algo, pero también en la certeza de que lo que hay no sirve, de que quiero una democracia verdaderamente participativa, otro modelo de hacer las cosas, transparencia contra la corrupción. Ya comienzo a sentirme defraudado. Esto cada día parece más un partido político ―con su estructura jerárquica― que una asamblea ciudadana, y a pesar del pomposo Somos Mayoría, la verdad es que somos cuatro gatos. Cuatro. Si algún día cuenta con un número importante de afiliados, veremos para entonces en qué se ha convertido. Por mi parte solo me queda decir que si lo que va pareciendo se convierte en realidad, mis días en SM pronto tocarán a su fin. El Frente perderá muy poco y yo ganaré mucho, sobre todo tiempo libre, y mantendré mi ilusión intacta.

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